Cuando estaba tomando un café de desayuno esta mañana, el camarero de una de las cafeterías que frecuento normalmente me saca el tema del atentado de Burgos. Las expresiones que utiliza reflejan el sinsentido de este tipo de acciones violentas y el ánimo de desear lo mismo para los agresores en un primer arrebato de ira. Nos ponemos también en el papel de los afectados y de los familiares -de éste y otros atentados- y comprendemos las reacciones violentas que pueden suscitar este tipo de acciones. Coincidimos en que ninguna idea puede ponerse por encima de la vida de una persona y que nos libertad que tenemos hoy en día no existe, y que es imposible vivir "independientes" cuando toda nuestra vida está globalizada.
Viendo el tono de acritud contra los violentos que emplea el camarero, la camarera de esta cafetería se suma a la conversación y le pide moderación: "La Violencia sólo engrenda violencia". Salen a relucir en este momento los casos de violencia de género. Sin justificar nada, el camarero comenta que nadie está libre de realizar cualquier locura en un momento enajenación mental, pero en el caso de los terroristas, asusta la premeditación y la sangre fría de sus actuaciones: "Podrían atentar cuando el edificion estaba vacío, pero, ¡lo hacen de noche esperando matarlos a todos!", exclama.
Salgo del bar y me meto en el ritmo de mi vida diario, pensando en las tareas pendientes que tengo para el día de hoy y los lugares a los que tengo que acudir. Poco a poco me voy olvidando del atentado y dejo espacio en la mente para mis asuntos. Durante toda la mañana no volví a pesar en el tema. Y me asusta pensar que la realidad de acontecimientos como éstos se vayan haciendo cotidianos -los recuerdo ya en toda mi vida consciente- y que creamos que es imposible erradicarlos, dejando de protestar, de denunciar, de luchar contra la violencia.
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