Os cuento. Me encuentro sentado tomando una caña ante un grupo de desconocidos… bueno, no tanto, a uno le conozco por motivos laborales desde hace tiempo y a los otros los conozco desde hace un día. Cada uno cuenta su historia de vida: desde Jaén, pasando por Vigo hasta Colombia, Argentina, Uruguay o Costa de Marfil.
Un chico de Jaén
cuenta que, después de los treinta y con la carrera de magisterio terminada, cambia
radicalmente el rumbo de su vida. Tenía firmada
la petición de apostasía, lista para entregar y ahora está en cuarto año
de seminario para ser sacerdote.
De Costa de Marfil procede un dirigente de una compañía de “bananos”
que están ayudando en su país a otras personas en este tipo de cultivos para
que salgan adelante. Tiene contacto con Colombia para mejorar la producción con
las técnicas de este país. Su fe le mueve profundamente a realizar este tipo de
iniciativas de desarrollo.
Un colombiano presta oído atento a todas las historias con
la incipiente madurez de su ordenación sacerdotal y la adquirida por la cruda
realidad de la vida que contempla día a día en su país. Y quiere hacer algo
para cambiarla, para mejorar.
Esta misma preocupación movió a dos jóvenes uruguayos a ingresar
en los Hermanos Salesianos y atender especialmente a los niños que van quedando
marginados y solos, las víctimas inocentes que siempre salen perdiendo. Llevan
al pecho, visible la medalla de don Bosco.
El de Vigo es sacerdote diocesano con trabajo pastoral
relacionado con la juventud y los medios de comunicación. Y yo soy el veterano,
con 19 años de sacerdocio. Escucho y aprendo de ellos.
Es necesario de vez en cuando hacer un alto en el camino y
pararte a pensar sobre tu vida mirando para la de los demás, para avanzar, para
seguir con más fuerza e ilusión.
Lo que nos unió a todos en ese lugar fue el deseo que aprender
comunicar nuestros pensamientos, los valores en los que creemos y la labor callada de la Iglesia: cristianos,
creyentes, hombres y mujeres jóvenes y mayores que anónimamente entregar su vida a favor de
los demás… y no salen en los periódicos. Pero que sin su presencia el mundo
sería distinto. Comentaba esa misma tarde una religiosa colombiana que si en su
país la iglesia dejase de ejercer su labor humanitaria, asistencial y
espiritual, se paralizaría la vida diaria. Tendrá que pasar esto para que se
reconozca realmente esta labor?
Se conozca o no se conozca, en cada rincón del mundo, lejos
o cerca seguirá habiendo personas cambian
de vida para cambiar la vida de los demás movidos por su fe. Ojalá tengamos la
suerte de encontrarnos con ellas.